En tu quieta mañana
dulzura infantil te cubría,
jugando por Granada
oculto entre celosías.
En tu mocedad, libre,
bordando hermosas banderas,
que ni la virtud fingen,
ni tapan las calaveras,
cruzaste allende los mares
portando liviano equipaje,
conociendo las veleidades
que hacen al hombre salvaje.
Y viendo que la bondad
no reside en lo mundano,
convertiste a la deidad
el arte de los gitanos.
Que no por bueno ni malo
merece más que ninguno,
mas nos resulta cercano
por el pasado moruno.
Y así te vino el amor
en un terreno tan yermo,
que despreciaba el calor
y aún adora los cuernos.
De súbito alcanzó tu hora,
más temprana que cualquiera,
sin descartar que en otrora
aun peor sobrevivieras.
Caíste sabiendo que en España
ningún oriundo es profeta,
llegando a emplear la guadaña
con los ilustres poetas.
No te brindaron gloria alguna,
sólo un mar de llantos callados,
no se olvidó de ti tu Luna,
triste, sin su polisón de nardos.
En mi garganta, vidrios clavados,
profundos al saber tu historia.
A nadie conviene olvidarlos,
así se honra tu memoria.