Este es un artículo que no llegó a publicarse en mis colaboraciones con la ya desaparecida Inventio Magazine, como El maestro de los sentidos o A la sombra de la checa. Dedicado a todas las mujeres, conocidas o no, que luchan y han luchado desde la noche de los tiempos. Espero que os guste...
“Ay,
luchadora
mujer de raza,
cuántas mentiras hundieron tu vida
encerrada en casa.
Ay, mujer luchadora;
la hija, la hermana, la madre y la abuela,
ay, mujeres guerreras
que servir y la casa fueron su escuela.
Ay, mujer luchadora
contra el viento y el mar
te levantaste sola
mujer luchadora de la libertad” i
mujer de raza,
cuántas mentiras hundieron tu vida
encerrada en casa.
Ay, mujer luchadora;
la hija, la hermana, la madre y la abuela,
ay, mujeres guerreras
que servir y la casa fueron su escuela.
Ay, mujer luchadora
contra el viento y el mar
te levantaste sola
mujer luchadora de la libertad” i
Estamos ya tan
acostumbrados a ver mujeres empleadas en cualquier ámbito laboral,
que daría la impresión de que siempre ha sido así. Hay profesoras
y maestras, doctoras, abogadas, juezas, ingenieras, arquitectas,
literatas, investigadoras, directivas, empresarias, ministras y, en
algunos países, incluso, presidentas. Son numerosas las leyes que en
España se han redactado para equiparar derechos de féminas y
varones, llegando incluso a instaurar un Ministerio de Igualdad (de
mayor o menor eficiencia, allá cada cual con su opinión). Pero no
hace tanto tiempo que el ver a señoras –o señoritas- destacando
en puestos de relevancia social, era poco menos que una utopía. No
sólo eso; para muchos resultaba una ridiculez que una Maríaii
fuese capaz de resolver incógnitas que se habían escapado a grandes
científicos anteriores a ella y maravillaron a otros posteriores, o
que hasta las “federicas”iii
arengasen a las masas con tanto fervor como para convencerlas de la
necesidad de luchar por la libertad, pasando por que incluso una
“rosa negra”iv,
con un gesto cotidiano y sin grandes aspavientos, concienciase a una
multitudinaria minoría de su propia identidad.
Se cumple un siglo desde
que Finlandia (ese frío país del Norte que siempre ha sido tan poca
cosa, cuya relevancia más reciente radica en haber ganado el
festival de Eurovisión con unos cantantes que resultaron ser, en el
más amplio sentido de la palabra, unos auténticos monstruosv)
incluyese en su joven constitución un artículo que le hizo pionera
–y le honra-, igualando plenamente los derechos de hombres y
mujeres. Ni siquiera la revolución francesa aprobó tales
consideracionesvi.
Mucho hay que agradecer también a aquellas primeras sufragistas
inglesas, a quienes no les temblaba la pamela cuando vociferaban sus
consignas. Incluso hubo gentilhombres de renombre que exigían
justicia. A todos ellos debemos la visión, la moral y las
convicciones de que tantos gozamos ahora. Serán innumerables, sin
duda, los que resten importancia al papel de las mujeres. Pocas son,
ciertamente, las que históricamente han destacado, puestas a
comparar con el número de varones. Mas, no se olvide nadie, el
menosprecio las ha mantenido ocultas, recordando sólo a aquellas que
en momentos clave demostraron más agallas que muchos que se hacen
llamar hombres.
Antes que heroínas
sobresalientes en las labores citadas, fueron vistas como
incompetentes, torpes, mojigatas, inútiles, mentecatas, esclavas,
brujas, avariciosas y furcias, aparte de recibir otros motes tan
lisonjeros como estos.
Se diría que únicamente
los artistas (que antaño tampoco es que estuviesen muy bien
considerados) valoraban en su justa medida a las féminas. Ahí
tenemos el ejemplo de buenas artes de Sherezadevii,
la extremada pasión de Julieta, el amor ideal de Dulcinea de El
Toboso, o la fidelidad inquebrantable de Penélope, entre otros
muchos ejemplos de quehaceres admirables.
No son pocas las
tradiciones que tildan al género femenino de ser causante de todos
los males, empezando por el pecado original en manos de Eva. No hizo
falta esperar a los reyes católicos; ya se daban “santos oficios”
por doquier desde la noche de los tiempos que restaban mérito a las
mujeres e, insisto, no empezaron a desvanecerse hasta el siglo
pasado. Un lapso de tiempo tan breve que aún no ha ahuyentado a los
fantasmas de la barbarie machista. Sin necesidad de mirar las
lapidaciones por adulterio, aquí mismo, entre nuestros vecinos, son
comunes las “ablaciones del espíritu disfrazadas de amor”, que
al año nos dejan numerosas víctimas que ensombrecen completamente
el nombre de la humanidad. Estos inquisidores bajo el escudo de la
hombría, debieran acordarse de sus esposas fieles, sus madres y sus
hermanas, antes de asestar golpes tan despreciables para la moral no
impuesta. Temo sin embargo que harán falta al menos cien años más
para enterrar esta lacra, pero es nuestro deber acelerar el progreso,
defender y honrar a toda mujer luchadora.
i:
Fragmento de un pasodoble de la comparsa que comparte nombre con el
presente artículo, presentada en el concurso del Carnaval de Cádiz
del año 2010.
ii:
Nos referimos a Marja Sklodowska, más conocida como Marie Curie,
física dos veces ganadora del premio Nobel.
iii:
Federica Montseny, la famosa pensadora y política de ideología
anarquista de enorme relevancia durante la II República y la guerra
civil.
iv:
Hablamos aquí de Rosa Parks, defensora de los derechos civiles en
Norteamérica.
v:
Los monstruos de Lordi.
vi:
La Declaración de Derechos del Hombre citaba un artículo para las
mujeres, pero los vaivenes democráticos de todo el siglo XIX,
hicieron que no pasase de ser más que mero papel mojado.
vii:
Amante del sultán protagonista de Las Mil y una noches.
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