Aunque un turbio espesor en tu mirada
anuncie una tormenta incontrolable,
de vidrios y de ácido insaciable,
soportaré orgulloso la estacada.
Si el águila del odio ha de roerme
el hígado de forma compulsiva,
tal vez, cual Prometeo, sobreviva,
por volver en tus brazos a acogerme.
Habrán de ser tus manos las cadenas
que me aten a la sombra de tu pecho,
así podré mostrarme satisfecho
si por tu furia he de sufrir condena.
Alternaré tus soles y tus lunas,
pendiente de un perdón que me concedas;
una simple sonrisa que devuelva
mi libertad, mi alma y mi fortuna.
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