Llora desde hace tiempo,
con tesón y con mesura,
la blancura del almendro,
que lo puebla en su espesura.
Ya recibe la visita
de su arquero enamorado,
quien con tiento deposita
sobre su lecho los labios.
Luego parte abandonando
a su dulce enamorada,
la flor que estuvo esperando
tan ansiosa su llegada.
"Ahora tú me dejaste,
zángano, casi desnuda;
de súbito me preñaste,
y me quedé como viuda".
Ese abejorro que huye
va pensando:"Si supiera,
que aquello que me destruye
es el no volver a verla...".
Esta sencilla rapsodia
podrá vivirla cualquiera.
Como ésta, mil historias
nos traerá la primavera.
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