Brilló a la orilla del río,
con sus escamas de plata,
con su sonrisa de crío,
de perlas bien dibujada.
Llegar al mar siempre quiso,
aunque fuese entre cascadas,
por entre el fluvial camino,
que a las olas lo llevara.
Por febrero sobrevino,
sin avisar, la tormenta,
y de un solo remolino,
de él se tomó buena cuenta.
Nadie le había prevenido
que la locura anda suelta,
y ni siquiera los niños
pueden ganarle las vueltas.
No hay quien consiga, repito,
deslucir risa tan bella,
porque a pesar de los gritos,
tu ternura será eterna.
Ahora nada el pececito
bañado en un mar de estrellas,
al que llegó tempranito
fruto del odio en la tierra.
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