El licor que me aparta del frío en las noches de invierno,
el aroma a zaguán en los besos que caen en mi boca,
el azote al cristal de la lluvia con un gota a gota,
el sabor amargo de ese vino que aviva a los muertos.
Una luz que se deja entrever por la cerradura,
ese tacto de miga de pan entre las caderas,
esos versos que, por acabar, la rima no encuentran,
la nostalgia del mar cada vez que duerme la Luna.
Una mano tendida en medio de la tormenta,
ese rastro con que seguirte por entre brumas
dirigiendo la vida hasta perder la cabeza.
El impulso que en falta echaste sobre mi pluma,
atrayendo a mi día así la total certeza
de que a ti sóla puedo darte lo que a ninguna.
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