Distraída mi mente como ninguna,
de ese tu azabache que me confunde,
supiste atraerme hacia tu perfume,
abanico en mano bajo la luna.
Aturdida su luz con los cerezos,
cautivo me vi de tus finas artes,
cuando en cuerpo y alma te desnudaste;
me dejé ganar por tus embelesos.
Y esas hendiduras en porcelana,
y esos labios rojos que me esculpieron,
los mismos que al rato me convencieron
del deber de olvidarte por la mañana.
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