Desde el balcón suspirabas
buscando un rayo de luna,
buscando un rayo de luna
que el rostro te iluminara.
Creíste ver la figura
de Peter Pan que le llaman.
De Peter Pan que le llaman
a este imberbe caradura.
No es capaz, el muy canalla,
de guardar a buen recaudo
ni las sombras del pasado
porque le faltan agallas.
Mira tú si es despistado,
que no ve a Wendy eclipsada,
adormecida y callada,
y sin dejar de observarlo.
La sombra se ha detenido
sobre la niña, que ríe.
No es que Peter no se fíe,
más la mira sorprendido.
La chiquilla estaba triste,
con un gesto confundido,
y tan sólo ha sonreído
cuando ante ella apareciste.
De buen agrado se presta
a la sombra devolverte,
mas habrás de convencerte,
quien algo quiere, le cuesta.
Y Wendy, tan inconsciente,
a instruirle a volar le reta,
lo que Peter pronto acepta,
pues lo ve muy conveniente.
"Con este polvo de hadas,
con un pensamiento alegre,
debes sentir que se mueve
tu cuerpo como con alas".
No pareció suficiente,
la niña no se elevaba,
se sentía muy frustrada
por más veces que lo intente.
Probó Peter con un cuento
de los que Wendy contaba,
en que otra niña viajaba
con otro ingenioso invento.
Tres golpecitos bastaban
sobre tacones resueltos
para conducirla presto
allá donde deseaba.
Volaron juntos entonces
sorteando las estrellas
superando las fronteras
que te hacen perder el Norte.
Nunca lució tan risueña
Wendy como aquella noche
que recuperó los goces
de cuando era más pequeña.
Quedó pues maravillada
con Peter Pan y su historia,
lo que ocurre es que ella ignora
que no es la única atrapada.
No eres la única atrapada,
porque el muchacho sin sombra,
por cada vez que te nombra
recuerda la madrugada.
Aquella en que se juntaron
en una sola dos almas,
en medio de un mar en calma,
donde lo malo olvidaron.
Recuérdalo: para volar,
no debes cerrar tu balcón,
dejó olvidado el corazón
tu enamorado, Peter Pan.
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