Nublan mis ojos ahora
los fantasmas de la duda,
con sus mantos de penumbra,
nada veo más que sombra.
La desdicha y la deshonra,
en mi espalda se acumulan,
mientras la envidia disfruta
del alma que se desconcha.
El vino añejo y la hiel
apresando mi garganta,
alimentando la sed,
la sed que ni un hombre aguanta:
la sed del atardecer
que el corazón atraganta.
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