Cruce de la Calle Moratín con la Calle Santa María, donde nació este poema. |
En banqueta de madera,
por la ventana contemplo,
regado de una cerveza,
lo efímero de mi tiempo.
Escribo, cual Lope hiciera,
con su vecino Quevedo,
una mañana cualquiera,
en una ciudad de cuento.
Ciudad que un día acogiera
a Calderón en su seno,
Góngora y otros poetas
procedentes del destierro.
Villa innoble, siempre vieja,
donde anida el descontento
de provincianos ascetas,
de hidalgos sin escudero.
Han paseado tus callejas
por miles los caballeros,
que de día son profetas
y de noche son rateros.
No veo tanta diferencia,
entre los días aquellos,
que había que tragar arena,
y la mierda de los nuestros.
Cervantes nos lo demuestra,
en su "Biblia de Consejos",
que lejos de hallarse muerta,
no cesa de dar ejemplo.
Vecino fue de esta tierra,
tan amante de sus muertos,
que en la vida los entierra
para vivir de recuerdos.
Sólo y en esta taberna,
se me ocurren estos versos,
en una tarde cualquiera;
una tarde de estos tiempos.
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